¡YO SOY
PROFESIONAL!
Por Álvaro Jordán
“¡yo soy profesional! y este es un trabajo más”.
Es una frase con la que se justifica todo profesional cuando ha realizado un
trabajo criticado por el público: el abogado, el periodista, el historiador, el
artista y cualquier profesional cuyo trabajo es encontrado en contradicción con
algún interés público y también con algún interés privado.
La verdad es que no hace falta ser profesional
para caer en situaciones para algunos censurables, pero es que el título de
profesional otorga un cierto respaldo de compromiso con el cumplimiento del
trabajo comprendido por la profesión, al margen de obligaciones éticas o
morales. Como quien dice: yo por ser profesional puedo hacerlo.
En un medio como el nuestro y en todo el mundo,
donde el trabajo es escaso, de profesionales y no profesionales, por la
necesidad de lograr los recursos para vivir y más aún cuando se tiene
responsabilidades familiares, como son los hijos, la gente no está con los
remilgos de mantener el comportamiento
acorde con el pensamiento y en correspondencia con el del jefe y/o el del
público. En un mundo conflictuado por la disciplina del poder, lo primero que
exige el jefe es la lealtad, dónde al dependiente le debe importar poco el pensamiento personal o su inconsecuencia
con terceros, él tiene el interés fundamental de proveer a su familia. Este
argumento es tan fuerte cuando se trata de la sobrevivencia que en algunos
sectores se llega a justificar hasta a la delincuencia.
En regímenes autoritarios y en general
regímenes con una línea sectaria, como son nuestros países se llega al extremo
de conculcar principios fundamentales, reconocidos por la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, como es el invento de actos sediciosos para eliminar
la oposición y si es necesario provocar muertes y masacres como las de Pando o
los del Hotel Las Américas en Santa Cruz. Ni que decir del cierre del espacio
mediático al pensamiento crítico cuando este es contrario a la línea del medio,
situación generalizada en todo el sistema mediático boliviano y en general del
mundo, sometido a un sistema de poder y por supuesto con mayor fuerza en el espacio
del trabajo.
De modo que nada debe preocupar que algún
profesional no sea consecuente con el
público cuando realiza su trabajo. Los
historiadores se dedican simplemente a repetir hechos que satisfacen a la
escuela conservadora, sin ningún enriquecimiento interpretativo, los
periodistas se limitan a las noticias sin ningún análisis orientativo, que
pueda herir los intereses del sector de poder, los profesores repiten a sus
alumnos lo que le indican desde los centros coloniales para asegurar el
sometimiento, los artistas transmiten un arte sin creatividad, afectando su
esencia, pero cumpliendo con los patrocinadores, en fin, nos encontramos en un
medio adocenado intelectualmente por la imposición del poder. Es un espacio que
se ha profundizado, particularmente desde las dictaduras militares. Forma una
camada poblacional ausente de espíritu crítico, con representantes sin
compromiso con la verdad y la justicia, pero obediente al poder.
Es en los campos superestructurales donde el
trabajo de los personajes públicos tiene obligaciones éticas, morales y
compromisos asumidos con la sociedad. Deben
ser respetuosos de los intereses del público al que se dirigen, con
ellos existen obligaciones porque tienen funciones motivadoras, orientativas, formativas
y hasta ejecutivas, muy importantes para el crecimiento de la sociedad.
El historiador no puede ser simplemente un relator
de acontecimientos pasados, se precisa que este sea capaz de interpretar las
causas de los acontecimientos históricos para no repetir los mismos errores. El
periodista no puede ser un simple informador, debe ser capaz de interpretar la
actualidad para orientar el caminar de
la sociedad, el educador, ya sea maestro, profesor o catedrático, así como el
artista tiene en sus manos la formación de la esencia del ser que permite su
transformación para convertirlo en el artífice de un futuro cada día más
humano.
Como resumen hay que decir que se está frente a
las dos expresiones básicas del ser en la sociedad. La primera tiene relación
con una función existencial del individuo, la necesidad de cubrir las
necesidades personales elementales, entre las que se encuentran la seguridad de
su familia. Es la conformación y
consolidación del elemento básico de la sociedad. Aislado nos lleva a una
sociedad individualista y egoísta. La segunda tiene relación con la función
social del ser, es la importancia de complementar intereses diversos para
lograr cambios en beneficio del conjunto, su radicalización nos lleva a la
robotización del ser, al olvido y desprecio del individuo.
Como conclusión, evidentemente el ser, cuya
esencia es individual y social simultáneamente,
debe encontrar el equilibrio del medio justo entre estas dos funciones, que no
se reflejan ni en el capitalismo, ni en el socialismo utópico. El humanismo superior es el que propone el respeto a esta dualidad del ser, superando las
posiciones extremas en las que se debate el actual sistema del poder en su
agonía.
En las tierras del Libertador Grigotá
Mayo del 2014
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