jueves, 21 de febrero de 2019

El Anciano


El Anciano
    D. Álvaro Jordán M.
Así lo llama el cariño familiar tradicional, al mismo que la cultura popular en inconsciente aceptación de la política gerontocida del Estado califica de viejo y la fatuidad de la racionalidad científica, frívolamente describe como persona de la tercera edad.
El anciano después de vivir muchos años, con cientos de libros leídos y una larga experiencia acumulada ha elevado su espíritu a un mundo diferente. Disfruta con alegría el poder conversar con alguien que lo quiera escuchar, pero pronto encuentra que aburre a sus interlocutores. En un medio donde toda ignorancia tiene asiento, no pueden entender la grandeza del pensamiento del anciano, de esta manera para no afectar a sus relaciones se va encerrando consigo mismo y aprende a amar su soledad, con indulgencia llegó a aceptar la insuficiencia de las condiciones sociales que impiden comprender las exigencias de cualquier pensamiento nuevo.
El hijo que lo visita cada lustro, llegó. Curioso por su transformación en ermitaño, le preguntó sobre la enfermedad que le impedía salir de la casa, ¿por qué se aisló de la familia?, ¿era tan grave su dolencia?
El anciano con cierta confusión, dudando si preguntaba por su limitación física o por su aislamiento espiritual contestó …resolviendo la preocupación por la primera idea, pues la segunda sería larga de explicar y de cualquier forma lo iva a aburrir…por lo que dijo... la verdad, es que no sé, pero, voy a intentar explicarte, por qué no sé. Entiendo que no comprendas, cómo es que no sé, cuándo he estado en manos de tantos médicos a lo largo de mi vida, y agregó:
Si al abuelo le pudieras preguntar: ¿de qué murió? con aires de suficiencia, como si supiera lo que no sabía, diría con resignación que murió de viejo, como si el ser viejo fuera una enfermedad. La verdad es que murió de depresión, una de las tantas enfermedades identificadas como propias de la vejez.
La vejez, como enfermedad, es un concepto acuñado por la cultura de la ambición por la riqueza, el que no se enriquece entra al círculo de los que se empobrecen y  los ancianos, en su categoría de viejos, así como los discapacitado, entran a la categoría de desechables, que ya no aportan riqueza a la sociedad y se transforman en cargas indeseables que hay que eliminar o dejarlos en el abandono para que se consuman lo más rápido posible, para ello los pagos jubilatorios son reducidos al mínimo  posible, se apropian de sus ahorros cuando logran una muerte temprana de los ancianos mediante el sistema de salud y el seguro social, que ignora totalmente las necesidades de los ancianos; también las obligaciones del trabajo, las familiares y todo un mundo de exigencias hacen que hasta los parientes más allegados abandonen al anciano. Todo dirigido por el Estado gerontocida, con una cultura promovida oficialmente mediante el sistema educativo centralizado.
Esta política fue establecida oficialmente por el fascismo hitleriano. Con su derrota parcial quedó como herencia cultural en el sistema de estados nacionalistas del mundo entero.
En cuanto al anciano, explicaba, que temprano, ya a los 30 años le apareció una sinusitis que los médicos del sistema de salud de la capital no pudieron controlar. Deambulando por el mundo hizo pascana en uno de los mejores países europeos, Alemania, donde le volvieron a tratar la sinusitis, sin ningún resultado. Finalmente, después de muchos años volvió a su tierra, la de gente buena, de la ciudad más dinámica del continente, con la vieja sinusitis y otras complicaciones raras. Le atendieron los médicos del mejor sistema de salud de esta progresista tierra. El Neumólogo dijo que los pulmones estaban perfectos, incluso descubrió las cicatrices de una neumonía juvenil, pero por si acaso le dio una dosis suficiente para cualquier problema que pudiera tener y no haya sido detectado, el anciano las consideró innecesarias. El otorrinolaringólogo después de agotar sus recursos indico que el problema correspondía al gastroenterólogo, este hizo cultivos y aplico los antibióticos que resultaron del mismo y nada, hizo otro cultivo con idéntico resultado, finalmente un tercer cultivo no dio nada. El desdichado médico explicó que se trataba de una bacteria especial, propia del deportista, que se escondía y aparecía según el nivel de defensa personal.
Un día, sin saber por qué le apareció una artrosis de rodilla, después de tres o cuatro años de tratamiento, la debilidad y los dolores se extendieron por todo el cuerpo, el especialista, diagnosticó inflamación muscular y luego de un periodo de mejoría volvió el ataque de la enfermedad, el diagnóstico indicaba una enfermedad crónica por lo que la medicación sería permanente El anciano considero la enfermedad crónica como una enfermedad para la  que el médico no tenía solución y sin mayor discusión rechazó continuar medicándose los corticoides recomendados, por sus efectos colaterales.
Los médicos dieron muchos nombres a la enfermedad, según la especialidad del mismo. Uno habló de problemas renales, otro de problemas hepáticos, a pesar de que los análisis nunca mostraron nada, otros hablaron de candidiasis, de polimiositis, de fibromialgia, de inflamación celular, de enfermedades crónicas no conocidas, y finalmente del metabolismo celular lento. Como se puede ver la amplitud de las opiniones y la ausencia de resultados mostraron que los especialistas no conocían el problema, por lo tanto, el anciano, le aclaró a su inquisidor que esa era la razón por la que él no podía saber la causa de su terrible enfermedad.
La visita, debía regresar a cumplir sus obligaciones laborales en un país del Norte donde había emigrado ya hacía muchos años y vería por última vez al padre que ya se encontraba abandonado en un hospital público. Era una tarde tórrida cuando el desdichado anciano descansaba su cuerpo semidesnudo, ya encogido por los años, todavía como buscando refrescar un último hálito de vida con el que resistía la ingratitud final con que la humanidad le devolvía el sacrificio de toda una vida de entrega. Se acercó al desdichado sin despertarlo y observó en el huesudo cuerpo extraños rastros de sangre, eran múltiples rasguños y moretes que se extendían por el flácido cuerpo, las muñecas y manos, en el cuello y en la cara. Evidentemente era el resultado de una heroica lucha que había sostenido resistiéndose a los abusos del personal que lo sometían a la fuerza, obligándole a tolerar los tratamientos que le imponían supuestamente en cumplimiento de sus obligaciones curativas con inhumana crueldad, haciendo el papel de verdugos del ya moribundo anciano.
En las Tierras del Libertador Grigotá
Febrero 2019